A 80 metros de la Panderola

Durante muchos años, en tiempo de verano, la mejor alternativa que tenían los vecinos de la que es ahora iglesia de la Parroquia San Vicente Ferrer para mitigar su calor y refrescarse en el mar era dirigirse al Grao en el tren de la Panderola, cuya estación estaba situada apenas a 80 metros del templo, en la actual Plaza Juez Borrull.
La fotografía que mostramos, de más de 60 años de antigüedad, nos ofrece una perspectiva de nuestra iglesia hoy imposible de conseguir, tomada desde la estación de la Panderola. En la actualidad los edificios construidos tapan la visión de la iglesia desde ese punto de la ciudad.
La inauguración del tranvía a vapor de Castellón al Grao, que fue por todos conocido como “La Panderola”, se efectuó el 13 de agosto de 1888.
Como dijimos, el convento de los dominicos y nuestro templo se construyeron junto al camino viejo del mar, que fue hasta el siglo XIX la única vía de conexión con el Grao. El año 1847 se acordó abrir el nuevo camino del mar, que es la actual Avenida Hermanos Bou. El trazado de la Panderola se extendió paralelo al nuevo camino del mar.
El último viaje de la Panderola se efectuó el 31 de agosto de 1963. Así, el tren de la Panderola, que unió Castellón con el Grao de 1888 a 1963.



Durante esos años, en los calurosos meses de verano, seguramente las hermanas de la Consolación, que estaban a cargo de la Casa de la Beneficencia, organizarían alguna que otra excursión al mar con los niños allí alojados. Nos podemos imaginar la escena. A primera hora de la mañana las hermanas, junto con los niños, recorrerían los apenas 80 metros que separaban la Casa de Beneficencia de la estación de la Panderola. Sería un día memorable para esos chiquillos. En el apeadero una hermana compraría los billetes, y, entre gritos y travesuras, el grupo llenaría uno de los vagones del tren a vapor. Los chavales se asomarían curiosos a las ventanas para admirar el paisaje. Llegados al Grao, jugarían en el Pinar y luego caminarían hasta la playa, donde los niños se zambullirían en el agua, saltando las olas, a la orilla del mar, ante la atenta mirada de las monjas.
Al atardecer, el grupo volvería a subirse a la Panderola para regresar, agotados, a la Casa de Beneficencia. A mitad camino, se asomarían por las ventanas del lado izquierdo del vagón. Verían entonces a lo lejos la iglesia y su Casa. Entonces, un pasajero que iba en el vagón sacó una foto. Es la que que vemos abajo. Se trata de una fotografía imposible de repetir, pues los edificios de la ciudad impiden ahora ver nuestra iglesia desde ese punto. Esa noche los chavales, cansados, se quedaron dormidos al momento. Había sido un día que nunca olvidarían.
